17 de Septiembre, 2018 Antonio Mata

Soy el orgulloso padre de una adolescente de 15 años. Nos ha salido inquieta. Igual toca la guitarra como te monta un video mejor que Spielberg, o coge algunos de los múltiples monopatines que tiene y empieza a hacer la cabra delante de una GoPro china. Ahora ya no le da patadas al balón de fútbol como cuando era más pequeña. Prefiere jugar con sus amigos y amigas al Fornite y soltar expresiones del tipo “soy manca, soy manca!” por el micrófono inalámbrico de la Xbox cuando la matan por correr monte abajo virtual como alma que lleva el diablo. Muy divertidamente inquieta.

Es gratificante ver cómo en tan pocos años la sociedad española ha roto con casi todos los clichés sexistas con los que nos criamos las/os que ya tenemos algunas (o muchas) canas.

Hace unos años en Ideando organizamos un curso de programación para pre-adolescentes. Un curso gratuito, a modo de experiencia, con el que intentamos ver hasta donde se podía llegar con chavales sin conocimientos previos de programación. Fueron 5 alumnos, entre ellos mi hija, que partiendo de cero aprendieron a crear algunas aplicaciones para teléfonos Android. Lo importante no era la meta, lo importante era el camino.

Fueron unos meses divertidos, aunque también exigentes, donde comprobamos lo difícil que resultaba a veces hacerles pensar. Programar es poner en letras tus pensamientos, y eso resulta harto complicado cuando hay que analizar y buscar soluciones a un problema. Pienso que los adultos estamos pecando sistemáticamente de darles casi todo hecho a los más jóvenes, imposibilitando que puedan conseguir la experiencia necesaria para enfrentarse a los retos de la vida. Quizás estemos pecando de exceso de protección ...

De los 5 alumnos de aquel curso sólo había una chica, y doy fe que me costó más de una bronca familiar embarcarla en la aventura.

Llevo muchos años en este negocio de la informática, y puedo contar con los dedos de una mano (y me sobran dedos) las veces que he coincidido con una colega programadora. También es cierto que algunas compañeras que estudiaron conmigo luego se sacaron alguna oposición y siguen trabajando en ministerios y administraciones varias.

Desconozco el motivo, pero la programación informática sigue siendo un reducto masculino. Algo así como en el gremio de los albañiles, o el de los banqueros y tiburones financieros.

No me imagino el típico y algunas vez falso estereotipo de programador masculino (treintañero, con barba, enfundado en una camiseta siempre negra que resalta su prominente barriga, rodeado de latas de cervezas, sentado en un sillón hundido delante de su ordenador, en una habitación con la única iluminación del resplandor de un monitor de 27 pulgadas...) cuando pienso en una programadora.

Los del bussiness de la informática deberíamos tener una actitud más reivindicativa para llenar la próxima generación de programadores de jóvenes llenas de talento e imaginación. Algo importante nos estamos perdiendo al no contar con las innegables virtudes de las féminas a la hora de afrontar los problemas y buscar soluciones imaginativas.

La programación no puede ni debe entender de sexos!

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